El último desafío de España en la final de la Eurocopa 2024 del próximo domingo en Berlín será Inglaterra, ganadora de la semifinal al filo del final, ya sin Harry Kane ni Phil Foden sobre el campo, sin señales ofensivas hasta una media vuelta definitiva de Ollie Watkins al borde del minuto 90 que marcó la única diferencia.
Por segunda Eurocopa consecutiva, por primera vez fuera de su país, el conjunto británico competirá por conquistar un título hasta ahora ajeno, distante, que perdió en los penaltis en la final de 2021 contra Italia en Wembley. La apoteosis de la grada, la desolación de sus rivales, la euforia de los jugadores ingleses, ejemplifican todo lo que supone tal reto.
Inglaterra ganó cuando peor jugaba. De pronto. Cuando la prórroga parecía el único destino posible para el grupo de Gareth Southgate, bien el primer tiempo, gris todo el segundo, vencedor porque la solución del seleccionador por reemplazar a Kane y dar entrada a Watkins, con 20 minutos hasta entonces en esta Eurocopa, salió perfecta. Vencedora.
En el minuto 7, Xavi Simons lanzó el partido. No especuló incialmente Inglaterra como otras veces. Le ha ido tan mal en esa versión miedosa de sí mismo, conformista, tanto en los octavos como en los cuartos de final, que ya no contempla un plan dentro de los mismos parámetros. Y no especula Países Bajos, que salió con el balón jugado y corrió hacia adelante sin complejos.
El extremo del Leipzig, antes del PSV y el Barcelona, ahora propiedad del París Saint Germain, pugnó victorioso por un balón con Declan Rice. Lo ganó, corrió, tres toques de conducción y un derechazo que puso en evidencia uno de los sectores más vulnerables del bloque de Gareth Southgate, por más que no haya sido puesto muy a prueba en Alemania.
Es Jordan Pickford, su guardameta. El derechazo aparentó más de lo que fue. Su potencia fue el aspecto más complejo. La colocación, nada del otro mundo. No alcanzó el cancerbero. A estas alturas de la competición, en unas semifinales de la Eurocopa, cuando estás a un paso de ser campeón o pretenderlo por primera vez en tu historia, tu portero debe pararlo.
El 1-0. Minuto 7. La final, a la vista. Ni Xavi Simons, 21 años, 19 partidos y un gol con su selección hasta el inicio del partido en Dortmund (ahora dos), ni ninguno de sus compañeros había nacido la última vez que su país jugó el duelo decisivo por una Eurocopa. Ronald Koeman era defensa. Hoy es el seleccionador. Era 1988. Tiempos de Frank Rijkaard, Van Basten y Ruud Gullit. La única vez que fue campeón. Un aliciente, también una presión.
Pidió tranquilidad Trippier, vibró el ‘muro’ del estadio Westfalen de Dortmund, esta vez en un brillante naranja, y se sintió Inglaterra en entredicho de nuevo. Esta vez, realmente, no necesitó una reacción. Ya desde antes había presentado un aspecto muy mejorado, comparativamente con todo su estresante y agónico trayecto hasta las semifinales. Desde el primer instante. No dudó ni un segundo. Hasta el descanso.
El grupo de Southgate, tan criticado, pero tan convencido de la oportunidad histórica que se abre en el camino, despertó entonces su mejor fútbol de la Eurocopa, se separó de las tinieblas pasadas, liberó todas las cualidades que surgen de cada uno de sus hombres y descargó toda su ambición sobre el área de Verbruggen, desbordado de mirar de un lado hacia otro, porque la amenaza aparecía por cada sitio. Saka, Foden… Y Harry Kane.
Porque, por fin, unidos en el once en todos y cada uno de los encuentros hasta ahora de Inglaterra como si fueran individualidades inconexas, hasta a veces incompatibles, conectaron como cualquier aficionado inglés imaginó hace casi un mes cuando los vio juntos en la alineación que preparó el técnico ante Serbia. Hasta ahora, no había sido así. Este miércoles, en un momento tan decisivo, tan culminante, sí. El primer tiempo. Después, no.
Saka fue el motor de todo, insufrible entonces para Gakpo y Aké. Cada paso hacia adelante transformó la defensa neerlandesa en un caos de nervios, sobrepasados, sin controlar la agitación que sufría y surgía por el extremo derecho del Arsenal. Avisado, acechado, asediado incluso, Verbruggen intervino en dos oportunidades. Un sostén momentáneo.
De repente, otra incursión de Saka derivó en una volea de Kane. Su derechazo fue alto. Justo un instante después, fue golpeado por la plantilla de Dumfries: “imprudente” lo calificó después el VAR cuando ofreció a los seguidores la explicación de por qué el árbitro, el alemán Félix Zwayer, decretó el penalti tras la revisión en el monitor. Lo anotó Kane.
Frente a un portero como Verbruggen, insistente en el análisis de datos y cada aspecto que la estadística avanzada puede ayudarle a anticipar el lanzamiento, la demostración del delantero fue tan clásica como el fútbol: un penalti bien tirado es imparable. Antes, ahora y siempre. Su derechazo ajustado al poste, raso, con la fuerza necesaria, fue inalcanzable.
Aún debió Dumfries salvar un gol justo sobre la línea, literal, en una delicia de definición de Foden por debajo de las piernas del portero neerlandés, pero también sintió de nuevo el miedo Inglaterra con un cabezazo del lateral del Inter, en todo en el primer tiempo -lo bueno y lo malo, el ataque y la defensa-, contra el larguero del marco de Pickford.
En el resurgir de Inglaterra, Foden es esencial. Aplacado por las propias limitaciones que se había puesto el equipo en sus anteriores comparecencias en esta Eurocopa, ya ante Suiza intervino mucho más, por el medio, por la derecha o por la izquierda. En la semifinal se le vio fino, rebelde contra sus actuaciones precedentes. Una rosca suya golpeó en la escuadra, hasta que perdió el paso después, conforme avanzó el tiempo, desde el segundo tiempo.
El mejor jugador de la última temporada de la ‘Premier League’ miró expectante la parábola de su fantástica comba con la izquierda, una trayectoria sublime que escupió la cruceta hacia fuera para su propia frustración. Evidente en su gesto, con el aspaviento del jugador que piensa que no tiene ni siquiera fortuna, por más que lo intenta. Una y otra vez. Fue cambiado a cuarto de hora del 90, cuando ya había bajado visiblemente su dimensión.
Fuera de combate Memphis, por la enésima lesión de los últimos tiempos, en el minuto 35, reemplazado por el criticado Veerman, con Weghorst para el ataque desde el inicio de la segunda parte, Países Bajos necesitaba otro plan. Lo encontró de vuelta del vestuario. Más presión y más arriba. No fue tanto desde una perspectiva ofensiva, pero sí defensiva, más y mejor contenido su rival, al que alejó de su área más de 30 metros.
Porque Inglaterra decayó en la otra Inglaterra, demasiado lenta, tremendamente previsible, expresivamente anodina cuando cruzó el medio campo; nada que ver con el primer tiempo, nada que ver con lo que debe ser un aspirante a la cima. Foden retrocedió a duelos anteriores, Kane desapareció, Bellingham deambuló y Saka pasó a un segundo plano.
Insoportable para el equipo inglés, alarmado cuando Van Dijk remató a Pickford, ágil para sacarse el balón de encima. Era el momento del conjunto de Koeman, que había cambiado el partido. Lo sintió su afición, mayoritaria, que rugió de verdad por primera vez desde el gol de Xavi Simons, ya superada la hora y más allá.
Inglaterra sufría, replegada, empequeñecida, de pronto reaparecida con el gol anulado a Saka por un fuera de juego de centímetros, justo antes de la decisión de Southgate: fuera Foden y Kane, dentro Palmer y Ollie Watkins, el goleador final, el ganador de la semifinal en el minuto 90. El domingo aguarda España.
(CON INFORMACION DE ESPN DEPORTES.COM)